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Altos y bajos

Por Enrique Pinti |  Para LA NACION. El éxito y el fracaso son aparentemente conceptos opuestos y como todos los contrastes de blanco y negro son absolutamente relativos y están sujetos a interpretaciones diversas. El éxito supone alcanzar una meta soñada y deseada y el fracaso implica todo lo contrario. Pero muchas veces un éxito trae complicaciones posteriores difíciles de tratar y un fracaso entraña experiencias que más allá de lo dolorosas que puedan resultar engendran lecciones de vida que abren los ojos y aguzan los oídos para poder interpretar correctamente las sensaciones negativas y revertirlas en el futuro.

Desde luego que no se trata de hacer apología del fracaso ni un desmerecimiento del éxito sino de tratar de poner en equilibrio lo más justo posible las consecuencias de las dos situaciones. Además es tan amplio, complejo y cambiante el alcance de nuestras acciones que muchas veces un éxito rotundo provoca fracasos en otras áreas de nuestra vida. El “poderoso caballero Don Dinero” es causante de rimbombantes triunfos que nos llenan de dulces sensaciones de poder que generalmente generan omnipotencia, soberbia, envidias y séquitos de aduladores atraídos no por nuestra bondad, honestidad o talento sino por la más baja codicia de medrar usando la seudo-amistad para trepar en la escala social produciendo una terrible sensación de fracaso a nivel humano y reduciendo al aparente triunfador a una cosificación humillante de “tanto tienes, tanto vales”.

El fracaso siempre duele pero es más difícil de superar cuando se trata de un derrumbe moral aunque esté rodeado de óptimas condiciones económicas.

El fracaso siempre duele pero es más difícil de superar cuando se trata de un derrumbe moral aunque esté rodeado de óptimas condiciones económicas. No hay peor fracaso que la decepción provocada por traiciones insospechadas causadas por los que uno consideraba amigos entrañables.

Muchas veces arrastrados por la presión de lograr concretar nuestras necesidades nunca cubiertas con la suficiente amplitud, fracasamos en los métodos para conseguirlas y erramos el camino elegido para llegar al destino deseado. Otras veces, la sucesión de fracasos nos lleva por un sendero difícil y fatigoso pero que, a pesar de los escollos, nos conduce al mejor de los éxitos que es aquel que se consigue por obra y gracia del esfuerzo y el trabajo honesto y consecuente.

Lo más sano y razonable parecería no creerse demasiado el triunfo ni deprimirse en demasía por los fracasos. Son nada más y nada menos que alternativas que no duran cien años.

También existe el éxito en medio de un fracaso social. Como nadando contra la corriente muchas veces triunfamos en medio de una crisis espantosa o fracasamos rodeados de un florecimiento general. Esas sensaciones nos sumen en la angustia que produce no entender los motivos de nuestros yerros ni comprender cabalmente las razones de nuestra ventura por sobre la frustración general.

Por eso lo más sano y razonable parecería no creerse demasiado el triunfo ni deprimirse en demasía por los fracasos. Son nada más y nada menos que alternativas que no duran cien años en ninguno de los casos. Lo mejor es no perder energías en imprecaciones y autoflagelaciones y aprovechar el tiempo ideando las maneras más idóneas para salir de los atolladeros sin creer en maldiciones, malas ondas, brujerías y conspiraciones maléficas. Pero somos humanos y como tales tenemos la tendencia de achacar a factores externos nuestros fracasos y a grandes valores propios nuestros éxitos y así perdemos tiempo en la auto-indulgencia y la auto-destrucción en lugar de aprovechar este “ratito” que es nuestra vida en asimilar nuestros aciertos y nuestros yerros y sacar de ellos el mejor balance.

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