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CHRISTIAN TAVELLI: No hay mejor cielo que el Ritz

El hotel más importante y antiguo de Madrid vive una nueva época de la mano de un director argentino.

Entre el Museo del Prado, la fuente de Neptuno, la Plaza de la Lealtad y el Parque del Retiro se erige uno de los hoteles más emblemáticos de Madrid.

Puede que el viandante distraído suba o baje por el Paseo del Prado sin reparar que detrás de un jardín muy arbolado se esconde el edificio en el que Salvador Dalí tomó el primer Martini de su vida, Frank Sinatra le dedicó a Ava Gadner un tema al piano, Antonio Banderas celebró su primera boda o en el que se alojaban Gardel, Evita y Perón en sus visitas a la capital española.

El Ritz lleva 107 años de historia albergando primero a infinidad de personajes de la realeza y la política, y luego también a celebridades de todo el mundo, a su paso por Madrid.

Sus centenarias paredes, sus elegantes salones, sus majestuosas escaleras, su concurrida terraza o sus cotizadas habitaciones atesoran miles de historias que hoy le toca resguardar a uno de esos argentinos desconocidos que tanto nos gusta convertir en protagonistas en estas páginas.

 Christian Tavelli lleva desde marzo de 2013 “divirtiéndose” como director general del Ritz. A sus 38 años aterrizó en el corazón del Triángulo de Oro madrileño después de recorrer medio mundo trabajando para distintas cadenas. Una gris mañana de enero nos recibe en la que es su casa 14 horas al día para contarnos, muy cerca del piano de Sinatra y de la barra de Dalí, su viaje vital.

La escuela suiza

Christian tuvo la suerte de tener muy claro, desde pequeño, a qué se quería dedicar en esta vida. Con 14 años, cuando todavía no existían ni los Masterchef, Top Chef, foodtrucks ni la moda foodie, se apuntó a estudiar cocina con Alicia Berger, una pionera de la enseñanza gastronómica en Argentina, formada además en las mejores escuelas del mundo. El amor por todo lo relacionado con los fogones le vino a Tavelli por lo bien que cocinaba su madre.

Pero lo que terminó de definir su vocación fue la visita que hizo a la empresa de catering del aeropuerto de Ezeiza, una experiencia “fascinante” que le recomienda a todo el mundo. Eso le abrió aún más la mente con las posibilidades que podía ofrecerle una carrera de hostelería, no solo como cocinero.

Al acabar la secundaria, en el año 1992 y con apenas 17 años, el día que se estrenó el austral como moneda en Argentina, tomó un avión rumbo a Suiza, para estudiar en el Instituto Glion de Educación Superior, uno de los más prestigiosos del mundo. Sería un viaje de ida, porque después de tres años y medio de carrera, empezó con las prácticas profesionales y ya no paró de trabajar hasta hoy.

 “Suiza me fascinó. Fue mi primera experiencia fuera, cuando todavía me estaba formando como persona. Fue una escuela profesional y de vida. Los suizos son expertos en enseñarte valores, como la disciplina o la puntualidad, por ejemplo”, recuerda.

Ginebra y Biarritz fueron los destinos de sus prácticas profesionales y de allí ya lo recomendaron para el Hilton de Bruselas, en plena efervescencia de la Unión Europea.

 

De Europa a América

Hoteles de Frankfurt, Mallorca, Marbella y Málaga lo tuvieron como manager hasta que le llegó la oportunidad de volver a cruzar el charco, pero esta vez hacia el Cabo San Lucas, en México. “Irme a trabajar para la cadena Rosewood, que tiene 19 hoteles de súper lujo, fue el gran salto de mi vida. Es como rozar el cielo a nivel profesional. Además marcó un hito porque allí nacieron mis hijos, Carla y Christian, y crecieron felices en un entorno paradisiaco”, asegura.

Faltaba poner rumbo a California, otra vez México (San Miguel de Allende) y Dallas antes de que llegara una llamada desde Madrid. Su presidente en Rosewood se pasó a la cadena Orient Express y pensó en él cuando tuvo una joya entre sus manos. “Tenemos un hotelazo, al que le queremos dar un aire joven, te va a encantar”. Fueron las únicas palabras que tuvo que pronunciar para convencerlo. Porque cuando escuchó el nombre del hotel sí que de verdad ya no rozó sino que tuvo el cielo en un puño. “Es como ser titular en el Real Madrid, algo que le ocurre a unos pocos”, confiesa.

La noticia de su llegada causó revuelo entre el personal del Ritz, conocido por ser de lo más exquisito y mejor formado del sector. “Un director de 38 años reemplazando a otro de 61, que venía de la vieja escuela suiza pero con ideas americanas innovadoras, de trabajo en equipo, les hizo pensar que sería su fin”, cuenta Tavelli. Pero de nada está más orgulloso que de su personal que, además de su rica historia, conoce al cliente y los estándares del Ritz como nadie. “Son los que marcan la diferencia. Sin ellos no soy nada. Solo los empujo y motivo para exceder las expectativas de los huéspedes. Nuestros principales accionistas son los empleados. Ver crecer a tu equipo es la mejor recompensa para un director”, afirma.

Orgullo Ritz

Además de icono de la cuidad, el Ritz ha sido a lo largo de su historia un lugar de encuentro para las élites, el primer gran hotel de Madrid y de España. Allí no se entraba si no se pertenecía a la aristocracia local o mundial. Ni siquiera las celebridades, a las que al principio rechazaban para no atraer los flashes de los medios y que la nobleza pudiera alojarse con tranquilidad y discreción entre sus gruesos muros.

Conocida es aquella frase de Josep Pla: “Los que iban al Palace es que querían ser algo en la vida. Los que iban al Ritz ya lo eran”. Antonio Banderas contó que para él, celebrar su boda allí fue toda una revancha, por todas las veces que se contuvo de traspasar sus puertas por no pertenecer a cierta clase.

Tavelli también trabaja para borrar ese aire de “nariz parada” y conservador que emanaba el Ritz y hacerlo más accesible a todos. “Pecar en el Ritz”, “A este Ritz no vendría mi abuela” o “Prohibidas las corbatas en agosto” son algunas de las iniciativas que se han puesto en marcha desde su llegada. Todas experiencias que apuntan a crear experiencias diferentes y a atraer también nuevos y jóvenes clientes.

El cambio de aire en sus salones lo han notado quienes mejor conocen el hotel, sus trabajadores. “Nos ha quitado la soberbia y nos ha devuelto el orgullo Ritz”, le dijo el conserje más antiguo a Christian al año y medio de tomar el mando.

“Yo no quiero romper con el antiguo Ritz, pero sí modernizarlo”, explica el director argentino. Él sabía de la trascendencia que tiene en la sociedad el espacio que conduce, aunque realmente tomó conciencia de ello cuando decidieron cambiar la alfombra del gran salón que está tras el hall de entrada, en el que se toma el tradicional té y en el que suena a diario el piano. “Vinieron más de cien medios a cubrir el cambio de moqueta, fue tal la expectación que generó que tuvimos que subastarla. ¡Y nos pagaron 15.000 euros!”, relata sacudiéndose todavía el asombro.

Dice Christian que el Ritz tiene la mejor ubicación de Madrid,  el mejor plantel y la mejor historia. Puede que algún día esa historia narre que unos de sus grandes directores fue un argentino, casado con una española, que un día dejó el sueño americano para escribir él también algunas de sus mejores páginas.

Betiana Baglietto

Periodista, escribidora. Con un pie en cada orilla. Más de 10 años en España, y aún no pierdo el acento. Loca por Bruno y Mateo

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