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Por Enrique Pinti |  Para LA NACION.

El odio sigue arrasando al género humano como un quinto jinete apocalíptico que no descansa y cada tanto aplica golpes fatales que destruyen vidas, sueños, ilusiones y buenas causas. Mientras nos preocupamos por las grietas que generan las ideologías políticas que pasan mayoritariamente por causas económicas que tienen más que ver con ambiciones y supremacías de países poderosos contra territorios dependientes que de verdaderas diferencias.

El odio irracional, el fanatismo desenfrenado y el fundamentalismo de creencias religiosas que no parten del amor y la misericordia sino del afán destructivo por aniquilar lo que no se entiende y por lo tanto se teme desde la ignorancia y el odio sin reales fundamentos, sigue destruyendo la esperanza de un mundo mejor. La mezcla caótica y perversa de el mesianismo enfermo de omnipotencia que es generado desde sectores que por las buenas no logran concitar apoyos masivos, con la rapidez viralizadora de las redes sociales logran ese objetivos de introducirse en mentalidades jóvenes que naufragan en un mar de contradicciones sociales que gobiernos indiferentes, burocráticos cuando no soberbios y absolutistas no hacen más que fomentar, tener éxito en la transmisión de sus siniestros mensajes de odio y destrucción.

No es un detalle menor la proliferación de armas de guerra que pueden adquirirse a precios accesibles ya sea por venta directa en armerías al alcance de todo tipo de adquirentes o por Internet. So pretexto del derecho a la defensa de la propiedad ante la creciente inseguridad no solo en nuestra Argentina medianamente garantista sino en la supuesta ultra seguridad de los “países serios” como Estados Unidos y gran parte de Europa donde el temor fundado en hechos concretos y atentados terroristas de triste memoria, ha desatado una ola de paranoia que pone en serio peligro de extinción el axioma que decía que ninguna “seguridad” habilitaba la perdida de las libertades individuales conseguidas a lo largo de varios siglos de guerras, sudores y lágrimas.

Ante este desolador panorama que nos pinta de cuerpo entero a sociedades tecnológicamente adelantadas pero humanamente degradadas el ciudadano de a pie no tiene otra que encomendarse a dios, el destino, la suerte ó como llamemos al orden supuestamente superior que debería regir nuestra existencia. Escuelas, centros de rehabilitación, hospitales de campaña, salas de espectáculos, discotecas, maratones y demás eventos deportivos, artísticos y sociales son los blancos múltiples de tanto crimen, de tanta iniquidad y de tanto dolor en esta guerra moderna que muchas veces ni siquiera cumple con el terrible código de trincheras y bandos armados con una bandera como identificación bélica sino que son ejecutados por lobos solitarios, enfermos, resentidos, ignorantes, sádicos e impíos.

El hombre como lobo del hombre, ese horroroso concepto está brillando en todo su horroroso esplendor. Esa es la verdadera grieta, la que debiera preocupar a gobiernos más atentos a ganar elecciones e imponer tal o cual teoría económica que a velar por la convivencia pacífica que respete las diferencias y que no permita el ejercicio de la violencia cotidiana que es el verdadero germen de los grandes males que no siempre se enfrentan con grandes remedios, remedios que generalmente desembocan en otras violencias alimentadas por nuestro peor enemigo, nuestro quinto jinete del apocalipsis.

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