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Imaginemos una sala de espera en el aeropuerto. En esa sala hay cien pasajeros esperando tomar un avión que va desde Buenos Aires a Madrid. Una de las azafatas comunica que por un percance se han quedado sin pilotos. Ante la imposibilidad de conseguir un piloto profesional, deciden hacer una votación entre los pasajeros que se postulen para conducir la aeronave.

En es momento se presentan dos personas. Ellos son: Ramón Díaz y Juan García. Al ser dos los postulantes, fue necesario someter la elección a votación. Como sucede en todas votaciones, lo primero era conocer el currículum profesional de los candidatos. Para ello la azafata comienza por leer el currículum de Ramón Díaz.

En esa lectura les dice a los pasajeros que el señor Ramón tiene 40 años y que jamás ha pilotado un avión, pero en su favor hay que decir que es muy hábil manejado bicicletas. Además su currículum estaba enriquecido por una gran variedad de trabajos realizados: Fue ayudante de carpintero, paseador de perros, peón de albañil y cocinero en un hamburguesería, donde fue premiado con la papa frita de oro, por su magnifica labor de freidor. Posteriormente, en su afán de superación, abandonó ese empleo para ingresar en una empresa inmobiliaria, en donde desempeño la labor de ayudante del vendedor de inmuebles. En la actualidad se encontraba sin trabajo y eso lo obligó a tomar la decisión de ir a España, con la idea de conseguir  un empleo.

Después de escuchar algunos aplausos, la azafata comenzó a leer el historial del segundo aspirante. Su nombre era Juan García. Él tampoco había pilotado un avión en su vida. Pero tenia a su favor una cierta vinculación con el mundo de la aeronáutica, ya que desde muy pequeño demostró grandes habilidades para construir avioncitos de papel. Eso lo llevó a conseguir el primer premio, como constructor de aviones, que se celebro en su colegio durante el certamen de papiroflexia. Hay que destacar que en ese momento el tenía 12 años, pero compitió contra niños y niñas de 14 y 15 años. En su contra tiene el no saber andar en bicicleta. No obstante, esa desventaja se ve minimizada gracias a su pericia con los patines.

Su vida laboral comenzó como pastor de cabras, en las grandes montañas de su pueblo. Eso le dio un gran dominio de las alturas, lo cual puede ser beneficioso para su labor de piloto, ya que no sufre de vértigo. Cuando creció se marchó para la ciudad. Pasó por la universidad de derecho. Allí se codeó con los mejores profesionales de la abogacía, a los que servía el café todas las mañanas, desempeñando a la perfección su labor de camarero. Era tan bueno en su trabajo, que llegó a desempeñar el cargo de gerente. Al final dejó el bar de la universidad, cuando obtuvo el titulo de cocinero. Esa profesión le llevó a trabajar en el aeropuerto, lo cual le dio una gran experiencia sobre el tema de los aviones, logrando la habilidad de ser capaz de adivinar el modelo de la aeronave, tan solo con escuchar el ruido de sus motores o turbinas. Por último, al igual que el señor Ramón Díaz, él también se iba del país en busca de empleo.

Una vez hechas las presentaciones, se acercó a los candidatos un experto en marketing electoral, que les aconsejó un truco muy utilizado en política, para cazar ingenuos. Esa argucia consiste en vestirse adecuadamente, para lograr la imagen que engañe al votante. Los aspirantes hicieron caso al experto y cambiaron su atuendo de turista despreocupados, por unos uniformes de piloto, que les habían prestado. Por ultimo y para dar a la ceremonia un toque electoral, los postulantes pasearon entre el público e incluso alguien decidió que deberían hacerse la típica foto, del candidato besuqueador de niños. Por desgracia para los aspirantes, entre los pasajeros no había menores, pero la azafata solucionó el contratiempo al observar que una señora tenia en su brazos un perrito faldero. Eso sirvió para que el infaltable beso, en toda campaña electoral, quedase plasmado en una foto de baboseo, con el chucho.

Por fin llegó la votación y en ella fue elegido Juan García. Según comentarios, se supo que su experiencia en la fabricación de aviones de papel, el dominio de las alturas, su paso por la universidad y el conocimiento del ruido de los motores de los aviones, jugaron en su favor.

Lo importante es que ya tenían piloto, por tanto, cargados de confianza e ilusión, ingresaron a la aeronave, poniendo así sus vidas en las manos de alguien sin experiencia, en la labor de pilotar un avión. Es curioso, pero esto es lo que hacemos en todas elecciones presidenciales. Nadie se pregunta:¿Por qué no existe un titulo universitario, acreditando que el candidato sabe desempeñar su labor? Para los trabajos de riesgo, es necesario demostrar los conocimientos que se poseen y aprobar serios exámenes psicológicos. Pero para ser presidente o presidenta, con millones de vidas en juego, solo hay que tener cara dura. Un saludo.

Carlos Ochoa Blanco

Colaborador Revista Argentinos.es

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