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¡Johann Wolfgang Riquelme!

La pelota está desconsolada; la Bombonera –incrédula– ruega por una función más. Acaba de colgar los botines El Último Romántico del Fútbol.

Jugador contracultural Juan Román Riquelme. Mientras los sofistas del sudor intimidaban a la cátedra con su oquedad discursiva, Román rompió con el estereotipo. Y le puso sentimientos a su arte. ¿Qué hizo el “10” para romper los cánones establecidos? Pensar en lugar de correr; inventar en lugar de luchar; jugar en lugar de chocar. Refugiado en la espátula de su botín diestro, pintó como Quinquela Martín. Arropado en su poético lenguaje de campeón, escribió como Bécquer. Y el amor con el hincha de Boca fue a primera vista. Adiós racionalismo conservador; hola fantasía. Román se rebeló al sistema con extrema convicción. Sin poses, tuvo personalidad para ejecutar y valentía para perseverar. Riquelme sublimó el concepto y retrató a los apóstoles de la dinámica. Ergo, desmontó el falaz argumento de que la creatividad era incompatible con el fútbol moderno. ¿Acaso ello explique su genuina admiración por Zidane e Iniesta?

Fecha de nacimiento: 24 de junio de 1978 (edad 36), San Fernando, Argentina Estatura: 1,83 m Inicio de su carrera: 1996 Número: 10 (Club Atlético Boca Juniors / Centrocampista) Hermanos: Cristian Riquelme Premios: Futbolista Argentino del Año

Al radiografiar a Riquelme no podemos soslayar sus humores. Y su combativa posición ante el poder y las injusticias. Aunque muchos de sus detractores calificaron los enojos del “10” como caprichos de estrella. Ello le provocó conflictos con Macri y Angelici. Amén de varios cortocircuitos con entrenadores y compañeros. Román se manejó en el vestuario –y en la vida– siguiendo los parámetros de la cultura de la afinidad. Por ende, la hipocresía no lo contó en sus filas. O había química o había frialdad. Tanta sinceridad es inhabitual en el mundo del fútbol. Empero, Riquelme estaba dispuesto a pagar el peaje. A Román nunca le gustó jugar en el once de la falsedad. Interiormente, sabía que le daba letra a sus críticos. Pero eso lo tenía sin cuidado.

El Último Romántico del Fútbol escribía domingueras odas en el césped de la Bombonera. Allí se sentía en el patio de su casa. Allí presentaba sus imaginativas obras. Allí recitó –como nadie– el poemario de sus hazañas. Allí se ganó la inmunidad del pueblo xeneize.

Riquelme patentó el caño a Yepes con Suela de Oro; escondió la pelota en Tokio desquiciando al galáctico Real Madrid; calló a los inventores del fútbol samba dándoles de su propia medicina; enriqueció al bautismal Boca de Bianchi con fútbol y campeonatos; llevó al ignoto Villarreal a las puertas del cielo; “volvió” para ganar la Libertadores y agigantar su leyenda; se colgó la medalla dorada en Pekín tirando paredes con Messi; lideró el retorno de Argentinos Juniors –su primera novia– a la máxima categoría… ¡Sólo le faltó ser Román en un Mundial! ¿Pekerman se lo impidió? ¿O el destino –anticipándose al karma 3.0 de Selección– le tendió una trampa llamada Alemania? En la hora del adiós, poco importa.

El Último Romántico del Fútbol nos deja el lírico legado de sus versos. El desparpajo de su autoría; la melancólica pasión de su prosa; el sentido texto de sus pisadas. ¡El Goethe del fútbol nació en San Fernando! ¡Gracias por todo, Johann Wolfgang Riquelme!

Sergio A. González Bueno

Persigo la oda del gol; un soneto de campeón; un poético caño, una trova de 'rabonas'; una estrofa de Diez; una copla de aliento... ¡Fútbol y letras!

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