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La España que conocí

Mi primera visita a España fue en 1965. Aquella España que yo conocí no tiene nada que ver con la España actual, ni con el mundo actual.

Aquella España me enamoró y me sorprendió por la familiaridad que existía entre sus habitantes. Daba lo mismo una gran ciudad que un pequeño pueblo y eso para mí fue sorprendente, acostumbrado a la frialdad de trato de una gran metrópoli. En aquella España, durante los viajes en tren o autobús, al llegar a destino, te habías familiarizado de tal forma con los compañeros de viaje, que parecían amigos de toda la vida. Y si estabas comiendo en un restaurante y alguien pasaba junto a tu mesa, te decía: “que aproveche”.

Yo en Buenos Aires estaba acostumbrado a cruzar la calle por cualquier sitio. Aquí la mayoría lo hacían por el paso de peatones. Había muy pocos semáforos y el tráfico estaba regulado por Policías Municipales. Más de una vez presencié cómo el policía agarraba del brazo a alguna persona que había cruzado indebidamente, lo situaba de nuevo en el lugar de partida y le echaba una reprimenda, diciéndole que no cruzase hasta que él detuviese el paso de los coches. La primera vez que vi aquello fue la mejor lección de educación ciudadana que recibí. Desde entonces siempre esperaba que el policía diese paso a los peatones. Hoy recuerdo aquella situación cuando observo a cualquier policía y veo cómo han perdido autoridad, ya que el agente teme la reacción del infractor, que tiene más poder ante la ley, que el propio policía.

Recuerdo también cómo en carretera, los coches, camiones o demás vehículos facilitaban los adelantamientos, haciendo señal con la luz o con la mano para que los adelantasen. Incluso aminoraban la marcha para facilitar la maniobra. Era raro el que no actuaba de esa forma. Hoy ya es todo lo contrario y cuando encuentras en la carretera a alguien que te cede el paso o te indica que puedes adelantarlo, seguro que es una persona mayor, educada en  aquellas épocas.

Otra cosa que recuerdo de la España de 1965, es que si salías por la ciudad a las seis o siete de la mañana, la mayoría de los comercios estaban cerrados, pero en las veredas, junto a las puertas de quioscos, puestos de venta de pan y leche o almacenes, los repartidores dejaban las mercancías. Así es que en la vereda veías grandes cestas de mimbre con pan recién hecho, cajones con bolsas de leche, yogures, quesos, verduras, paquetes de periódicos, etc. Toda la gente pasaba por delante y nadie se llevaba nada. Hoy eso ya es imposible. Los quioscos, además de alarmas, han tenido que poner en las veredas cajones con candado, para que les dejen los periódicos. Y los almacenes y tiendas ya tienen que estar abiertos para recibir la mercancía. En 1965 era frecuente ver autoestopistas en las carreteras y tanto ellos, como los conductores, no tenían miedo de robos, secuestros, violaciones, etc. porque eso era infrecuente.

Mucha gente tenia costumbre de no cerrar las puertas del coche. Los dueños de negocios o empresas no sabían lo que eran las alarmas u otros medios contra robos. Cosa que en Lomas de Zamora o en Buenos Aires ya todos los comerciantes y empresarios los conocían muy bien.

Recuerdo cómo me sorprendí cuando fui por primera vez a un banco y en la cola del cajero la gente estaba con fajos de dinero en la mano y a la vista. Recuerdo también cuando salían del banco contando el dinero que les habían dado. Por aquel tiempo, en Lomas y en Buenos Aires cada banco tenia dos o más policías en cabinas blindadas y haciendo guardia con metralletas.

Recuerdo la primera vez que llegué a La Rioja y al bajar en la estación estaban los “maleteros”, que te llevaban el equipaje hasta el taxi y te cobraban “la voluntad”. Hoy si alguien te lleva el equipaje en la estación, ya no lo vuelves a ver más. Recuerdo también al taxista que nos llevó de la estación al pueblo donde vivían mis tíos. Al llegar a destino, mis tíos y primos empezaron a conversar con el taxista como si lo conociesen de toda la vida. Le invitaron a vino, jamón y chorizo. Cuando se marchó el taxista, le pregunté a mi tío si lo conocía y él me dijo que no. Luego supe que por La Rioja era frecuente que te invitasen a un vaso de vino y a picar algo cuando llegabas a una casa. Hoy ya eso ha desaparecido y aquellas casas de pueblo, cuyas puertas estaban siempre abiertas, ahora ya tienen cerraduras de seguridad y alarmas. Y si ves alguna puerta abierta, seguro que esa casa todavía está habitada por gente mayor de 70 años.

También me sorprendió ver que si alguien sufría un percance en la calle, la gente le ayudaba sin pensar: Paraban un coche y los llevaban al hospital. Ahora hay personas que incluso cambian de vereda y conozco alguno y alguna que al auxiliarlos les robaron la cartera, reloj, etc.

Da pena ver que ya no existe la España de 1965. Algo similar pasa con la seguridad de Argentina, que tampoco es la de 1965. Eso me lleva a pensar que al menos en nuestros dos países, la civilización, cultura y educación fue en retroceso. Un saludo.

Carlos Ochoa Blanco

Colaborador Revista Argentinos.es

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